Fragmento: Atlas shrugged

Posted by Juan Marcano | Posted in Libros y manuales | Posted on 01-12-2011

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Tomado del discurso de Jhon Galt de la novela «La rebelión de Atlas» de Ayn Rand:

« Mi moralidad, la moralidad de la razón, está contenida en un solo axioma: la existencia existe – y en una sola elección: vivir. El resto procede de éstos. Para vivir, el hombre debe postular tres cosas como los valores supremos y gobernantes de su vida: Razón – Propósito – Autoestima.

Razón, como su única herramienta de conocimiento – Propósito, como su compromiso con la felicidad que esa herramienta debe proceder a alcanzar – Autoestima, como la inviolable certeza de que su mente es competente para pensar y su persona es digna de felicidad, o sea: digna de vivir. Estos tres valores implican y requieren todas las virtudes del hombre, y todas ellas tienen que ver con la relación entre existencia y consciencia: racionalidad, independencia, integridad, honestidad, justicia, productividad, orgullo.

Racionalidad es el reconocimiento del hecho que la existencia existe, que nada puede alterar la verdad y nada puede tener precedente sobre ese acto de percibirla, que es pensar – que la mente es el único juez de valores de cada uno y su única guía de acción – que la razón es un absoluto que no permite concesiones – que una concesión a lo irracional invalida la propia consciencia y convierte la tarea de percibir en la de falsear la realidad – que ese supuesto atajo al conocimiento que es la fe es sólo un cortocircuito destruyendo la mente – que el aceptar una invención mística es un deseo de aniquilar la existencia y que, apropiadamente, destruye la propia consciencia.

Independencia es el reconocimiento del hecho que tuya es la responsabilidad de juzgar y nada puede ayudarte a eludirla – que ningún substituto puede pensar por ti, igual que ningún suplente puede vivir tu vida – que la forma más vil de bajeza y autodestrucción es la subordinación de tu mente a la mente de otros, la aceptación de una autoridad sobre tu cerebro, la aceptación de sus afirmaciones como hechos, sus dictámenes como verdad, sus edictos como mediador entre tu consciencia y tu existencia.

Integridad es el reconocimiento del hecho que no puedes falsear tu consciencia, así como honestidad es el reconocimiento del hecho que no puedes falsear la existencia – que el hombre es una entidad indivisible, una unidad integrada de dos atributos: materia y consciencia, y que él no puede permitir una ruptura entre cuerpo y mente, entre acción y pensamiento, entre su vida y sus convicciones – que, como un juez impasible a la opinión pública, él no puede sacrificar sus convicciones a los deseos de otros, aunque sea toda la humanidad gritando súplicas o amenazas contra él – que valentía y confianza en sí mismo son necesidades prácticas, que valentía es la forma práctica de ser fiel a la existencia, de ser fiel a la verdad, y confianza en sí mismo es la forma práctica de ser fiel a la propia consciencia.

Honestidad es el reconocimiento del hecho que lo irreal es irreal y no puede tener valor, que ni amor ni fama ni dinero son un valor si se obtienen por fraude – que la tentativa de ganar un valor engañando la mente de otros es un acto de elevar a tus víctimas a una posición por encima de la realidad, donde tú te conviertes en un peón de su ceguera, un esclavo de su no-pensar y de sus evasiones, mientras que su inteligencia, su racionalidad, su capacidad de percepción se convierten en los enemigos que debes temer y eludir – que no te importa vivir como un dependiente, y peor aún, como un dependiente de la estupidez de otros, o como un tonto cuya fuente de valores son los tontos a los que consigue atontar – que la honestidad no es un deber social ni un sacrificio por el bien de los otros, sino la virtud más profundamente egoísta que el hombre puede practicar: el negarse a sacrificar la realidad de su propia existencia a la ofuscada consciencia de otros.

Justicia es el reconocimiento del hecho que no puedes falsear el carácter de los hombres, así como no puedes falsear el carácter de la naturaleza; que debes juzgar a todos los hombres tan conscientemente como juzgas a objetos inanimados, con el mismo respeto por la verdad, con la misma incorruptible visión, a través de un proceso de identificación igual de puro y racional – que cada hombre debe ser juzgado por lo que es y tratado en consecuencia, que igual que tú no pagas un precio más alto por un pedazo oxidado de chatarra que por un pedazo de metal pulido, tampoco valoras a un canalla más que a un héroe – que tu evaluación moral es la moneda que le paga a los hombres por sus virtudes o vicios, y este pago exige de ti un honor tan escrupuloso como el que aplicas a tus transacciones financieras – que rehusar tu desaprobación por los vicios de los hombres es un acto de falsificación moral, y rehusar tu admiración por sus virtudes es un acto de expropiación moral – que colocar cualquier otro criterio por encima de la justicia es devaluar tu moneda moral y defraudar lo bueno en favor de lo malo, pues solamente lo bueno puede perder cuando hay un desfalco de la justicia y solamente lo malo puede beneficiarse – y que el fondo de la fosa al final de ese camino, el acto de bancarrota moral, es castigar a los hombres por sus virtudes y recompensarles por sus vicios, que ése es el colapso de la depravación total, la Misa Negra de la adoración a la muerte, el dedicar tu consciencia a la destrucción de la existencia.

Productividad es tu aceptación de la moralidad, tu reconocimiento del hecho que has elegido vivir – que el trabajo productivo es el proceso mediante el cual la consciencia del hombre controla su existencia, un proceso constante de adquirir conocimiento y transformar la materia para adecuarla a los fines de uno, de convertir una idea en forma física, de recrear la tierra en la imagen de nuestros valores – que todo trabajo es trabajo creativo si está hecho por una mente pensante, y ningún trabajo es creativo si está hecho por alguien que repite en indiscriminado estupor una rutina que ha aprendido de otros – que tu trabajo eres tú quien lo escoge, y la elección es tan amplia como tu mente, que nada más es posible para ti y nada menos es humano – que engañar para conseguir un trabajo mayor que tu mente puede manejar es convertirte en un macaco corroído por el miedo en movimientos prestados y tiempo prestado, y conformarte con un trabajo que requiere menos que la plena capacidad de tu mente es coartar tu motor y sentenciarte a ti mismo a otro tipo de movimiento: degeneración – que tu trabajo es el proceso de adquirir tus valores, y que perder tu ambición por valores es perder tu ambición por vivir – que tu cuerpo es una máquina, pero tu mente es su conductor, y debes conducir lo más lejos que tu mente te pueda llevar, con el logro como el objetivo de tu camino – que el hombre sin objetivos es una máquina que navega deslizándose colina abajo a merced de cualquier peñasco contra el que estrellarse en la primera cuneta que aparezca, que el hombre que achica su mente es una máquina parada oxidándose lentamente, que el hombre que le permite a un líder prescribir su curso es una chatarra siendo arrastrada al vertedero, y el hombre que hace de otro hombre su objetivo es un fardo que ningún conductor debería transportar – que tu trabajo es el propósito de tu vida, y que debes acelerar ante cualquier asesino que asuma el derecho a pararte, que cualquier otro valor que pudieras encontrar fuera de tu trabajo, cualquier otra lealtad o amor, pueden ser sólo otros viajeros con los que decides compartir tu viaje, y deben ser viajeros yendo por su propio impulso y en la misma dirección.

Orgullo es el reconocimiento del hecho que tú mismo eres tu mayor valor y que, como todos los valores del hombre, tiene que ser ganado – que de todos los logros posibles ante ti, el que hace todos los otros posible es la creación de tu propio carácter – que tu carácter, tus acciones, tus deseos, tus emociones son los productos de las premisas que mantienes en tu mente – que igual que el hombre debe producir los valores físicos que necesita para sustentar su vida, así también tiene que adquirir los valores de carácter que hacen que su vida valga la pena  – que igual que el hombre es un ser que genera su riqueza,  también es un ser que genera su alma – que vivir requiere un sentido de auto-valor, pero el hombre, que no tiene valores automáticos, no tiene un sentido automático de autoestima y tiene que ganarla modelando su alma en la imagen de su ideal moral, en la imagen del Hombre, el ser racional que nace capaz de crear, pero que tiene que crear por elección – que la primera precondición de autoestima es ese radiante egoísmo del alma que desea lo mejor en todas las cosas, en valores de materia y de espíritu, un alma que busca por encima de todo el alcanzar su propia perfección moral, valorando nada más alto que a ella misma – y que la prueba de haber alcanzado la autoestima es la convulsión de tu alma, en desprecio y rebelión, contra el papel de animal expiatorio, contra la vil impertinencia de cualquier credo que proponga inmolar el irremplazable valor que es tu consciencia y la incomparable gloria que es tu existencia a las ciegas evasiones y la hedionda podredumbre de otros. «

Tomado del discurso de Jhon Galt de la novela «la rebelión de atlas» de Ayn Rand.